Un país sin odios, un país mejor

*Por Matías Rodríguez
La violencia política fue una constante en nuestro país a lo largo de su historia, con altibajos en su intensidad. Nunca fue ajena al contexto, desde Unitarios y Federales hasta la actualidad hay un hilo que atraviesa generaciones, que vieron en ese camino una forma para imponer sus ideas, todos fracasaron.
A partir de la recuperación democrática iniciada en 1983 con la presidencia de Raúl Alfonsín, los argentinos hicimos un pacto tácito para procesar en clave democrática las tensiones que tiene cualquier sociedad. Ese inicio contó con innumerables problemas pero lo que dejó en claro para siempre es que la vida está por encima de todo y que ya nada nos llevaría a la muerte nuevamente.
Ese contrato se rompió con un intento de magnicidio, hoy más que nunca los radicales tenemos la responsabilidad histórica de restaurar la convivencia que perdimos, tratando por todos los medios que los “antagonismos irreductibles” no sean nuevamente determinantes. Perdimos el foco por no poder salir de la trampa de la grieta. Y hay una sociedad que necesita respuestas.
La política y la historia de la UCR nos dan herramientas para enfrentar el crecimiento no solo de la violencia política y social sino también el creciente protagonismo que tienen los neo fascismos en todo el mundo. Hay una característica de este proceso que nos da una posibilidad mayor de superar esta situación, la extrema derecha ya no quiere destruir el sistema democrático y se somete a las reglas. La cuestión está en que sí se oponen a la conquista de derechos sociales y económicos que pudo conseguir la democracia. Y solo podemos poner un dique a ese avance con más democracia y más participación.
Sabemos cómo frenar la escalada violenta a la que quieren someternos, modificar el lenguaje que utilizamos para caracterizar a los demás, evitar las descalificaciones y elevar el nivel de la discusión pública haciendo eje en los problemas que enfrentamos como sociedad y no en la anulación del otro.
Las palabras son muy poderosas porque crean acciones, nunca son inocentes, con ellas podemos generar el odio y la violencia o tender un puente que nos encuentre buscando salidas comunes.
Un país subdesarrollado como el nuestro, tiene que innovar para crecer en todos sus ámbitos y no podrá hacerlo si su calidad institucional no aumenta. Tenemos problemas graves como el crecimiento del narcotráfico, la baja calidad educativa, un 40% de pobreza que no desciende y la palpable imposibilidad de ver un futuro común.
Recuperemos los lugares comunes, la solidaridad, la visión del otro como un ciudadano/a que nos mejora y no como un enemigo. Reglas básicas que permiten el desarrollo y la convivencia. Porque enfrentados y divididos solo agrandamos el conflicto y el caos para que viejas recetas disfrazadas de nuevas nos impongan una sociedad mucho peor.
La violencia no es una causa sino una consecuencia.
*Periodista, dirigente UCR CABA