¿Covid 19? ¿Covid 22? Da lo mismo

Por Claudio Rosso*
Con los datos actuales en la mano, nadie puede poner en duda: una nueva ola de coronavirus está aquí. La incidencia media de casos, el aumento de hospitalizaciones por Covid y un incremento de enfermos en las UCI con el virus que salió de Wuhan así lo avalan.
Pero, a pesar de la explosión de contagios que estamos viviendo, nos enfrentamos a una ola distinta a las anteriores con las nuevas subvariantes BA.4 y BA.5 de ómicron, que ya son dominantes en casi todo el mundo. Estos sublinajes, aunque son mucho más infecciosos, no producen el mismo daño clínico que los anteriores.
Ante un panorama epidemiológico que parece diferente, el director general del Servicio Madrileño de Salud (Sermas), Antonio Zapatero, considera que es el momento de empezar a hablar de Covid-22: “El coronavirus actual es muy distinto al original, es una enfermedad diferente, de modo que podemos comenzar a hablar ya de Covid-22”.
En declaraciones a ‘Redacción Médica’, el también viceconsejero madrileño de Asistencia Sanitaria y Salud Pública de la Consejería de Sanidad argumenta que el Covid actual «es una enfermedad causada por un virus distinto, provocada por mutaciones diferentes al original, por lo que tiene también un resultado clínico distinto».
Sin embargo, el epidemiólogo Daniel López Acuña considera que las declaraciones de Zapatero “no vienen al caso” y lo tiene muy claro: “No tiene ningún sentido, ni ningún rigor científico, empezar a usar el término Covid-22”. “Me parece una frivolidad y solo contribuye a marear la perdiz”, apunta en buen castizo el experto, que fue director de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la OMS.
Acuña argumenta que este nuevo término no tiene sentido porque “el virus que produce la enfermedad sigue siendo el mismo SARS-CoV-2. El virus ha experimentado numerosas mutaciones que han dado lugar a variantes y sublinajes, pero sigue siendo el SARS-CoV-2 y no se le ha cambiado el nombre por parte de la OMS”.
En la misma línea, apunta a que la OMS, que es la responsable del asunto, “no ha modificado y seguramente no modificará la terminología de la enfermedad”. “No hay razón alguna para hacerlo. No tiene por qué cambiar el nombre de la enfermedad cada año o cada vez que surge una nueva variante o sublinaje del virus”, señala el epidemiólogo, al tiempo que añade que el hecho de que existan sintomatologías distintas con relación a las diferentes variantes y sublinajes no implica que se trate de “una nueva enfermedad”.
Más allá de la cuestión semántica, lo cierto es que justo cuando creíamos que el coronavirus era cosa del pasado, ha vuelto. Renovado, sí; pero con el mismo potencial de ponerlo todo patas arriba.
Merece la pena hacer hincapié, que no es tanto porque se trate de «una enfermedad causada por un virus distinto», sino porque la combinación de nuevas variantes y el enorme muro inmunitario ha hecho que, aunque la transmisión de la enfermedad en estos momentos es muy alta, lo que nos encontremos en las puertas de urgencias sea algo distinto: básicamente, en estos momentos, [el Covid] afecta sobre todo a pacientes crónicos o con patologías previas, porque agudiza la enfermedad, al igual que lo hace la gripe.
Esto significa también que el número de asintomáticos y enfermos breves es altísimo. La enfermedad, progresivamente, se está centrando en los más vulnerables. Y no porque antes no fuera así, sino porque a medida que los niveles de vacunación crecieron y la inmunidad natural se asentó en la población, los colectivos vulnerables están cada vez más definidos. La referencia a la gripe no es causal, de hecho; el guion que está siguiendo el SARS-CoV-2 es muy parecido al de la gripe: se ha gripalizado.
A medida que los casos crecen y que muchas instituciones empiezan a requerir, de nuevo, la mascarilla o algunas regiones reactivan medidas como el aislamiento, los medios se llenan de imágenes de multitudes (las fiestas del orgullo, los sanfermines, la temporada de conciertos y festivales) y estadísticas que muestran el crecimiento de casos. La percepción generalizada de los especialistas es que el virus está desbocado, pero la preocupación social es casi cero.
De hecho, esta escasa preocupación se puede apreciar con el poco entusiasmo que están generando los recurrentes anuncios de la siguiente dosis. Como ocurre con otros grandes programas de vacunación, una vez que desaparece la urgencia social, las tasas de inmunización se desploman.
No estamos cerca de los peores momentos de la crisis sanitaria y, aunque desde un punto de vista epidemiológico por el altísimo poder infectante de las variantes actuales, sería interesante introducir medidas, no parece que la sociedad pueda asumir ese costo, lo cual representa un dilema a resolver.
* El autor es Asesor en Riesgos del Trabajo