Argentina rumbo a un espejismo: el modelo peruano como receta del desastre

Milei y el modelo peruano: ¿una economía a imagen de Lima?
Por qué el presidente argentino mira hacia Perú como ejemplo de transformación liberal
Desde que asumió la presidencia de Argentina, Javier Milei no ha dejado de generar titulares con su ambicioso plan de reformas económicas. Su discurso liberal, centrado en la reducción del Estado, la eliminación del déficit fiscal y la apertura al mercado, encuentra inspiración en un modelo regional poco habitual: el de Perú.
Un espejo andino para Buenos Aires
Durante las últimas décadas, Perú ha sido considerado por algunos economistas como un ejemplo de estabilidad macroeconómica en América Latina. Tras sufrir una hiperinflación devastadora en los años 80, el país emprendió un giro radical en los 90, con un paquete de reformas de corte liberal impulsadas por el entonces presidente Alberto Fujimori.
Es precisamente este viraje —basado en la liberalización de los mercados, la privatización de empresas estatales y el fortalecimiento del Banco Central— lo que Milei quiere emular. Para el mandatario argentino, el caso peruano demuestra que es posible domar la inflación y fomentar el crecimiento sin un Estado omnipresente.
El reverso del milagro peruano
La otra cara del modelo es profundamente crítica, y no debe pasarse por alto:
Desigualdad persistente: Aunque el PIB creció, la distribución de la riqueza fue altamente desigual. Millones de peruanos siguen sin acceso adecuado a salud, educación o servicios básicos. Las regiones rurales y andinas siguen siendo profundamente excluidas del desarrollo. En otras palabras: el crecimiento no ha sido inclusivo, y no ha generado una base sólida de bienestar para la mayoría.
Inseguridad rampante: Perú ha vivido un crecimiento preocupante del crimen organizado, sobre todo en áreas urbanas y fronterizas, en parte por la falta de un Estado fuerte en lo social.
En los últimos años ha habido un incremento notable en los delitos violentos, especialmente en zonas urbanas como Lima, Trujillo y Arequipa. Además el país se ha convertido en una ruta clave para el narcotráfico regional, con presencia de mafias transnacionales y producción de cocaína en áreas como el VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro).
Corrupción crónica: La debilidad institucional permitió una corrupción sistémica. Cuatro expresidentes peruanos han sido procesados por escándalos graves, como el caso Odebrecht. El país ha tenido seis presidentes en menos de diez años, lo que refleja una crisis institucional persistente.
Pobreza estructural: Las cifras oficiales pueden mejorar, pero millones siguen en la economía informal y la pobreza ha aumentado tras la pandemia. El modelo no logró consolidar una clase media sólida. Más del 70% de los trabajadores peruanos están en la economía informal, sin derechos laborales ni cobertura social. La pobreza monetaria ha aumentado tras la pandemia, y millones viven con ingresos insuficientes para cubrir sus necesidades básicas.
Clase política desacreditada: La política peruana está profundamente fragmentada. La crisis de representación se manifiesta en una alta fragmentación parlamentaria, con partidos efímeros y sin programas claros. Populismo de corto plazo, donde muchos políticos priorizan el rédito inmediato sobre la planificación estructural. Este deterioro institucional genera un clima de desconfianza, en el que la política se percibe más como un problema que como una solución.
Impacto social: miedo y desconfianza
La inseguridad se ha convertido en uno de los principales temores de la población peruana. Esto se traduce en:
Normalización de la violencia como parte del día a día.
Reducción del espacio público: muchos evitan salir de noche o acudir a ciertas zonas.
Aumento en el uso de vigilancia privada o incluso justicia por mano propia.
Disciplina fiscal y apertura económica
Milei ha repetido una y otra vez la necesidad de alcanzar el “déficit cero”. En Perú, esta disciplina fiscal fue clave para recuperar la confianza de los inversores y estabilizar la economía. Además, el país mantuvo una política de apertura comercial que lo integró en el circuito global, algo que Milei también defiende como vía de desarrollo.
En Lima, las reglas fiscales y la independencia del Banco Central han sido dos pilares para contener la inflación durante décadas. En Argentina, en cambio, el financiamiento del gasto público a través de la emisión monetaria ha sido una constante. Milei busca romper con ese patrón.
¿Un modelo exportable?
El modelo peruano ha tenido un coste social elevado, con mejoras macroeconómicas que no siempre se han traducido en bienestar para toda la población. Uno de los grandes problemas es la desconexión entre el crecimiento económico y la presencia del Estado en la vida cotidiana:
Muchos ciudadanos sienten que el Estado no les protege ni acompaña.
El modelo priorizó indicadores macroeconómicos, pero no consolidó un contrato social inclusivo.
Esto alimenta la desconfianza en las instituciones y favorece fenómenos de inestabilidad política.
El reto de replicar el éxito sin repetir errores El interés de Milei por el caso peruano es comprensible dentro de su marco ideológico. Pero transformar la estructura económica de un país como Argentina exige algo más que inspiración: requiere consenso, pragmatismo y sensibilidad social. De lo contrario, el riesgo de inestabilidad puede pesar más que cualquier referencia regional.